Por: Lic. Luis Guevara Negrete. Estudios en Comunicación.
La Ciudad de México cuenta con un recinto construido hace más de ochenta años y que ha llegado a ser uno de los inmuebles más significativos, dentro de las salas de espectáculos a nivel mundial. Su construcción atraviesa por numerosos acontecimientos a lo largo de su historia, problemas relacionados con el fangoso terreno donde está edificado, trabajos suspendidos durante años debido al estallido de la Revolución Mexicana, el abandono forzado de la obra de uno de los más importantes arquitectos de esa época y la forma en que se reanudan los trabajos años después hasta llegar a su faustuosa inauguración. A continuación en forma breve, se narran algunos de estos acontecimientos.
Uno de los teatros más emblemáticos de la Ciudad de México en el siglo XIX fue el Teatro Nacional. Edificado durante el gobierno de Antonio López de Santa Anna, su inauguración en 1844 significó un gran acontecimiento en la capital mexicana celebrando en su interior un gran baile de máscaras. En este lugar se presentaron innumerables obras de teatro de renombrados escritores como Calderón de la Barca, Shakespeare, Lope de Vega y Moliere.
Para inicios del siglo XX, se decidió modernizar el inmueble y realizar las obras necesarias para arreglar el deterioro que ya había en una gran parte de la edificación. Así, el entonces gobernante de la República el General Porfirio Díaz toma la decisión de adquirir el Gran Teatro Nacional para tener un centro de espectáculos acorde a las expectativas de una ciudad moderna para 1910, que está preparando las grandes festividades del centenario del inicio de la lucha de la independencia de México. Asimismo, en todo el país se estaban edificando una serie de imponentes y significativas construcciones para dicha conmemoración.
Para el proyecto se contrata al arquitecto de origen italiano Adamo Boari, el cual había realizado importantes obras en varios países y había colaborado en despachos de importantes arquitectos de Nueva York y Chicago y al Ingeniero Gonzalo Garita, que gozaba de prestigio en el campo de la construcción.Boari llegó a México en 1899 y a partir de ese momento realiza importantes construcciones de tipo religioso en diversos sitios de la república. Entre sus obras al lado del Ing. Garita, se cuenta el haber finalizado el edificio sede del Correo de México en el centro de la ciudad.
Al estudiar con detenimiento el estado en que se encontraba el antiguo Teatro Nacional se propuso hacer una nueva edificación, proyecto que fue aprobado por las autoridades gubernamentales. Así en el año de 1905 y contando con la presencia del General Porfirio Díaz se realiza la ceremonia de instalación de la primera piedra del Nuevo Teatro, en los terrenos en donde estuvo construido el convento de Santa Isabel, con la idea de realizar una edificación de gran tamaño y buscando la participación de importantes artistas para la decoración del mismo.
Al poco tiempo del inicio de los trabajos, desgraciadamente, en la obra se dan serios hundimientos, los cuales Gonzalo Garita había vislumbrado que podían suceder debido a las características del terreno fangoso en el cual se había edificado la ciudad de los aztecas; lo anterior de acuerdo a lo señalado por el Arquitecto Ignacio Ulloa del Río, autor de varias publicaciones sobre el Palacio.
Es importante destacar que en esta etapa se decidió que el inmueble contara con el espacio para un museo, así como un área para exhibiciones temporales, oficinas y áreas complementarias para apoyo de las producciones que ahí se realizarían.El sistema de cimentación que estaba implementando la empresa Milliken Brothers de Chicago, contratada por Boari, presenta errores por lo cual el Ingeniero Garita renuncia a continuar con el proyecto. Para tratar de solucionar el problema se realizan al terreno inyecciones de cemento y cal, buscando su consolidación. En el año de 1911 el hundimiento había llegado en algunos puntos a 1.80 metros. Se tomaron otras medidas que parcialmente auxiliaron, y se logró mantener la horizontalidad de los entrepisos, al agregar tramos metálicos y calzas en la base de las columnas permitiendo que continuara la construcción.
Aspectos sobresalientes
Algunas de las características planificadas del Teatro eran tener una capacidad en sus salas de 1,700 espectadores, un escenario de 24 metros de longitud, la fachada adornada por bellas esculturas que iban a representar a “La Armonía”, “La Inspiración” y “La Música” a cargo del escultor italiano Leonardo Bistolfi. Otros objetos decorativos se agregaron como máscaras, guirnaldas y florones, incluso la cabeza de una de las mascotas de Boari está representada en una de las fachadas. Asimismo, en la imponente cúpula del edificio se encuentran cuatro figuras femeninas aladas, que rodean a una imponente águila, figura representativa de la historia de México.
Uno de los elementos más representativos es el Telón Principal, una cortina de cristales que cumple la doble función de delimitar la sala del escenario y de ser una barrera anti-fuego que protege al público en caso de incendio. Es conformada por cerca de un millón de piezas de cristal opalescentes. Cuenta con una sofisticada maquinaria que le permite ser movible y representa una vista del Valle de México destacando los dos volcanes que se encuentran en este lugar, rodeados de una bella vegetación. Este diseño es obra del artista Gerardo Murillo – el Dr. Atl- y la elaboración de esta delicada obra se encargó a la afamada Casa Tiffany de Nueva York.
A pesar del estallido de la Revolución Mexicana y la caída del Gobierno de Díaz, las tareas continúan con dificultades. Sin embargo, al continuar la cruenta lucha armada en 1916, se suspenden totalmente los trabajos y Adamo Boari, abandona el país. Durante un periodo de 12 años se trata de reanudar la construcción, sin éxito. En este tiempo Boari incluso continúa en contacto con los responsables del Teatro, viendo la manera de conservar lo ya construido y preservarlo del deterioro causado por los elementos naturales.
En el año de 1928, el Gobierno Federal tiene la posibilidad de retomar los trabajos. Sin embargo se realizan modificaciones al proyecto original, como la disminución del gran espacio que se había diseñado frente al edifico y cambios en la decoración. A partir de entonces se le da el nombre de Palacio de las Bellas Artes. La finalización de las obras estuvo a cargo del Arquitecto Federico Mariscal.
El 29 de septiembre de 1934 se realiza la inauguración por parte del Presidente Abelardo Rodríguez con un programa conformado por un concierto de la Sinfónica Nacional de México, seguido por la representación de la obra teatral de Juan Ruiz de Alarcón “La Verdad Sospechosa”. De esta manera se concluye la azarosa construcción de un centro de espectáculos que se convierte en una de las edificaciones más emblemáticas de la Ciudad de México, la antigua Ciudad de los Palacios.