Vlady: La revolución y sus elementos
Por: Mariame Reyes Aguilar. Licenciada en Filosofía con tesis desarrollada en torno a la Estética, Semiótica y Sociología. Aprendiz de lengua rusa y estudios culturales de Rusia. Escritora y curadora independiente de arte, navegando entre libros con Minerva Editorial
Su memoria dibuja la primera revolución que vive Vlady a muy temprana edad: La revolución rusa. Aquella ola roja que inundó las calles de la patria que lo parió en 1920, hace un centenario. El mensaje de la revolución roja desafía al tiempo extrayendo un trozo de texto del S. XIX para atarlo al S. XX, a la realidad y audacia juvenil llena de sed por soñar un mundo mejor, una utopía.
La manifestación de la utopía no sería de colores pastel. El arte manifiesta mitos emergiendo de las ruinas, demonios y ángeles tomando el peso de la historia que se enlaza en la narrativa sin ausencia política. En 2 mil metros cuadrados, Vlady expresa y reinventa la forma de narrar el materialismo histórico proponiendo a través de la creación un pensamiento político y filosófico que se remite al Renacimiento: a la búsqueda del hombre a través de sus vivencias, de sus sentidos y nostalgias. El pasado emerge de la sangre, constantemente irrumpiendo en el presente de todos los hombres. La verdadera patria se revela como un sueño inusual a construir en el espacio: en la gloria que representa la pintura.
El tiempo se revela ante nuestros ojos en la biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, ubicada en la Ciudad de México. Anacronismos convergen al contar la historia del origen del hombre, del pensamiento, del movimiento que deviene en cambio, estruendo, emoción y desmesura. La técnica de temple y óleo toma vida en el S. XX, en las manos del pintor Vladimir Kibalchich quién en 1971 comienza a trabajar en el mural, encargo realizado por el presidente Luis Echeverría Alvarez. Los bosquejos comienzan, las ideas llueven y la oportunidad de contar la historia se plantea, confirma y realiza.
Reflexiones y escritos corren a la par que se pinta la obra. De 1972 a 1982 se construye la manifestación del hombre a través del cuadro. Los detalles nos amparan en cada rincón, los elementos forman un argumento intuitivo lleno de referencias y lugares en concreto que a su vez juegan con la imaginación. Es preciso conocer el contexto histórico del pintor, la dedicatoria que representa el punto medio como un presente que hilvana a todas las épocas y origen: A la probidad intelectual de Victor Serge en rescate del dolor de Liuba.
Viento y movimiento se nos presentan en las figuras, las formas a desentrañar para comprender el pensamiento de una existencia tan elevada que logra narrar la historia personal para ascender a la historia universal de las pasiones que configuran a cada uno de los seres humanos. La tempestad se arrecia, los iconos políticos se manifiestan, el resquebrajo cultural muestra su decadencia, el Capital se fractura frente a nuestros ojos. Cada detalle manifiesta la cotidianidad transfigurada, investida por el tiempo que a pesar de avanzar perdura como el movimiento de péndulo: infinito.
De Europa a América y viceversa, el viaje entraña los simbolismos personales de Vlady: las curvas, la maestría del dibujo, la técnica obsesiva, el lienzo, el juego de luz en el edificio antiguo. Cada detalle es una ofrenda y un placer al seguir la huella de un tema que se nos revela como secreto. El propio artista manifiesta en sus notas, publicadas en 1997,“Psicopatía de la creación: Huir de la realidad haciendo arte”.
En la tinta de Vlady, en su pintura, yace la tumba que protege a la memoria, al mito, a lo interrumpido por lo mortal transmutando la mirada al ojo eterno. Además de la biblioteca, aún quedan los bosquejos del pintor: sus estudios, reflexiones y travesías textuales para dar forma a su obra final.
En su taller, en alguna pequeña ciudad de México, yace esperando ver la luz la última parte del mural. La última parte del misterio en espera a ser develado en este marco de su Centenario.